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«Algo en mí estaba cambiando a peor, podía sentirlo. No obstante, en lugar de sentirme mal por ello, la metamorfosis comenzaba incluso a seducirme. No me asustaban los malos pensamientos, las maquinaciones, las retorcidas cábalas que fluían por mi cabeza, ni tan siquiera me inquietaba saber que mis futuras maniobras podrían acabar en un trági- co desenlace. Los riesgos estaban justificados. El final estaba cerca.»
Seis meses habían transcurrido ya desde que Antonio Bataller y su mejor amigo, Fran, se convirtieran en delincuentes. Tras ejecutar a todos los miembros del “escuadrón de la muerte” y deshacerse después de los cadáveres, ambos amigos trataban de regresar impunes a sus vidas. Aun así, pasar página no les iba a resultar nada fácil. Bataller soportaba un enorme cargo de conciencia y dejaba pasar los días sin apenas salir de su casa. Fran, en cambio, reconducía impasible sus pasos; el viento soplaba con fuerza a su favor y únicamente la posible recuperación del agente de la INTERPOL, Miroslav Boban, amenazaba con romper su formidable racha de buena suerte.
Por desgracia, todavía eran muy conscientes de cuál seguía siendo esa amenaza: si Boban despertaba del coma y contaba toda la verdad sobre lo ocurrido aquella noche, acabarían irremediablemente los dos en la cárcel. ¿Podían, pues, permitirse el lujo de mantener vivo ese riesgo?