El Plato de Barro

En estos relatos hay un ansia de amor modulada por el desencanto. Esto es algo que surge del dilema entre la amistad y el deseo. El desencanto puede llevar a un impulso homicida como también puede reflejar nostalgia y fascinación: lo primero plasmado en una aventura romántica con un desenlace sangriento, lo segundo puesto en escena en el recuerdo de una casa de arrabal que el arte transforma en sentimiento estético. Aquí hay otras cosas, nutridas por la aspiración de idealizar lo mundano e inexplicable para conservarlo, ya sea una amistad sincera o un plato de barro antes de caer al suelo. Una mujer tatuada atrae y repele. Viajar a Puerto Rico suscita sentimientos ambivalentes. Un gesto femenino crea remordimiento por una decisión precipitada. Matar disgusta porque hace daño pero también satisface porque es un ajuste de cuentas. En la compra de un libro se descubre un mundo arcano y en la lectura de otro se descubre uno mismo. El ansia de reconocer es lo mismo que el deseo de vivir una vida nueva. Después de un accidente se sabe que sin vida no tiene sentido la muerte. Un viaje en tren resulta desconcertante y perturba el orden de las cosas: Puerto Rico es Nueva York y Nueva York es Puerto Rico. Una frase de artículo se concatena con la experiencia de un viaje que hace estragos con la memoria, que deshila la barrera entre lo ficticio y lo que es real. Un encuentro con amigos le da rienda suelta a la imaginación. Aquí, como en la literatura en general, que es capaz de generarse desde sí, un cuento puede ser el principio de otro cuento. De igual manera, la evocación de una imagen puede generar ansias utópicas que la realidad más despiadada no puede cambiar. Más que nada, estos relatos son una mezcla de imaginación y ensueño, una excusa para recordar del pasado lo que no pudo ser y nunca será.